Las 180 especies de esta familia se distribuyen por América, Asia, África y Australia. Los elápidos son proteroglifos y sus colmillos acanalados, no perforados, son cortos en comparación con los vipéridos. Su veneno es mucho más tóxico que el de la mayoría de las víboras y suele afectar al sistema nervioso (neurotóxico), aunque algunas especies también tienen componentes hemotóxicos. Se distinguen dos grupos: las cobras y especies emparentadas (mambas, kraits, coralillos, etc.), que por lo general son terrestres aunque algunas especies suben a los árboles y otras excavan; y las serpientes marinas.
Los elápidos terrestres abundan en Australia, lnsulindia, Malaysia, India, Arabia, Africa y centro y sur de América. Las cobras propiamente dichas pertenecen al género Naja, serpientes bien conocidas por su capacidad de levantar la parte anterior del cuerpo y dilatar su cuello en forma de disco, rasgo que comparten con los géneros Hemachatus y Ophiophagus.
Los elápidos terrestres abundan en Australia, lnsulindia, Malaysia, India, Arabia, Africa y centro y sur de América. Las cobras propiamente dichas pertenecen al género Naja, serpientes bien conocidas por su capacidad de levantar la parte anterior del cuerpo y dilatar su cuello en forma de disco, rasgo que comparten con los géneros Hemachatus y Ophiophagus.
Existen varias especies del género Naja en el sur de Asia y norte de Africa. La más común es la cobra de anteojos (N. naja), que vive en casi todo el sur de Asia, incluidas las grandes islas del archipiélago de la Sonda y Sri Lanka; también se encuentra en el Himalaya hasta cerca de los 3 000 m de altitud. Hoy se suelen considerar especies a las 6 subespecies de esta cobra. Otra especie de la familia elápidos muy conocida, sobre todo porque con esta serpiente se suicidó la reina Cleopatra, es el áspid de Egipto (N. haje), del nordeste de Africa. También son africanas las cobras escupidoras (N. nigrícollis, N. mossambica y Hemachatus haemachatus, etc), así llamadas por su capacidad para lanzar su veneno a los ojos de cualquier animal amenazador, hasta unos 3 metros.
Otro elápido singular es la cobra real (Ophíophagus hannah), de la India, Birmania y el Sudeste Asiático, que con sus 5,5 m de longitud máxima es la serpiente venenosa más larga del mundo. Con su veneno es capaz de matar a un elefante, aunque las cobras más pequeñas y los kraits o búngaros (género Bungarus) producen muchas más muertes en la india y en otras zonas de Asia. La cobra real, que es objeto de una gran veneración en el sagrado monte Popa de Birmania, se alimenta de aves, mamíferos y, sobre todo, de otras serpientes, como indica su nombre científico. La hembra amontona restos vegetales con la cabeza y construye un nido sobre el que pone sus huevos; acto seguido, lo recubre con otros vegetales, se enrosca sobre el nido y permanece a la defensiva hasta el nacimiento de las crías.
En África, además de las cobras, provocan un gran número de muertes las mambas (género Dendroaspis), en especial la mamba negra (D. polylepis), Más agresiva y de mayor tamaño que la negra es, sin embargo, la mamba de cabeza estrecha (D. angusticeps), que con sus casi 4 m de longitud máxima, es la mayor serpiente venenosa después de la cobra real. Extremadamente rápida y ágil, es capaz de desplazarse a más de 10 km por hora y no duda en morder cuando se ve acorralada, lo que no resulta difícil porque su coloración y su morfología perfectamente crípticas impiden reconocerla hasta que ya es demasiado tarde. Pese a ello, esta temible especie que vive en zonas cubiertas de vegetación no suele acercarse a las zonas muy pobladas y es, por tanto menos peligrosa en términos estadísticos que la más antrópica mambra negra.
En America Central y del Sur viven varias especies conocidas como serpientes coral o coralillos (géneros Micrurus y Micruroides). Exhiben hermosas coloraciones y, aunque no son muy agresivas, pueden inyectar un potente veneno, como la serpiente coral acuática (Micrurus guayanensis), propia del norte de Sudamérica, que recibe el significativo nombre de «diez minutos».
En Australia, donde la familia adquiere su mayor abundancia y diversidad, viven algunas especies de venenos potentísimos. Una de los más conocidos es el acantofis cerastino o víbora de la muerte (Acanthophis antarcticus), que como la otra especie del género, se caracteriza por la espina córnea que remata su cola muy aguzada. Otros elápidos australianos son las peligrosas serpientes tigre (Notechis scutatus y N. ater), el taipán (Oxyuranus scuteIlatus) y las cobras terrestres australianas (Pseudonaja textiIis y P. modesta); las tres primeras especies figuran entre las más letales del mundo. Los elápidos constituyen más del 80% de las serpientes de Australia, lo que constituye un caso único, ya que en casi todas las regiones biogeográficas del mundo los ofidios venenosos son una minoría o incluso no existen, como, por ejemplo, en las islas de Cuba, Madagascar y Baleares.
Las serpientes marinas pasan su vida en el mar (géneros Hydrophís, Erihydrina y Pelamis) o por lo menos gran parte de ella (Laticauda). Son piscívoras y se distribuyen por el Indico y el Pacífico, desde la costa oriental de África hasta la occidental de América, siendo especialmente abundantes en el Sudeste asiático y varias islas del Pacífico. Su veneno es de acción muy rápida, por lo general neurotóxico y mucho más potente que el de las víboras, pero son muy poco agresivas, siendo raros los accidentes mortales. Muchos autores las clasifican en una familia distinta, hidrofíidos.